Escuela Nacional de Cine: Venezuela está en su mejor momento para hacer cine
El director académico de la ENC, Rafael Marziano conversó con la periodista Kaoru Yonekura del portal www.cinco8.com y habla de cómo es hacer cine durante los años de chavismo y de cómo las historias de la gente real son mucho más importantes que la vacía pomposidad de lo que se nos vende como presente histórico.
Su mas reciente film "Historias Pequeñas" narra cinco relatos domésticos, cinco personajes y sus familias: un abogado exitoso, machista y prepotente; un militar corrupto y cobarde; un indigente aferrado a los retazos de su vida como un náufrago; un par de adolescentes ingenuamente ilusionados; una madre soltera abnegada y resignada. Pequeñas historias que engrandecen sus pequeñas ambiciones, mezquindades, esperanzas y desalientos, que para cada uno de ellas ellos son conmovedoras, definitivas y trágicas. Inmersos todos ellos –más bien olvidados con la mayor indiferencia– en una ciudad abrumada por un bofonesco golpe de estado en Caracas, Venezuela, en abril del año 2002.
Quise retratar gente cuya vida era la cosa más sencilla del mundo, cuyos problemas eran totalmente intrascendentes, porque lo que realmente importa en la vida es así: de poco garbo, poca elegancia, poca dignidad, poco pudor. Es mucho más real. Lo que pasó con esas personas fue mucho más importante, porque lo que pasa en nuestra vida es mucho más importante. Quise retratarnos a nosotros padeciendo nuestras historias escondiditas. Mi interés en la vida privada de las personas es que yo creo que lo que sucede en las sociedades es la expresión de lo que sucede en la vida privada. Las sociedades son una suma del espíritu de muchos.
En la película, ¿la decisión de los espacios acabó siendo por falta de presupuesto, economía de los recursos o un concepto teatral?
Yo quería recuperar una cinematografía que había sido la mía cuando yo hice mis cortometrajes polacos. Busqué la mayor sencillez y la economía de los recursos, pero no por dinero, sino por querer hacer énfasis en lo humano de los personajes. Privé a la historia de elementos, de distracciones que impidieran ver la historia descarnadamente, porque yo quería que los espectadores se centraran en la naturaleza, en el drama, en el verdadero conflicto de una historia tan pequeña que merece ser vista. Por eso, concebí esta película con estas largas escenas… Creo que retraté, de manera transversal, un buen segmento de aquello de lo que yo conozco de la sociedad.
¿Por qué musicalizar casi toda película?
Le agradezco mucho esta pregunta, porque pasamos por lo menos año y medio cuadrando la música. Gregory Antonetti estaba harto de mí. Le dije que yo tenía que poner al espectador en una actitud de aceptar ser obligado a ver esta historia que quiere olvidar o que no quiere ver todos los días. No quería acompañar el ritmo de la película con música, sino crear un estado de ánimo. Para provocarlo, hacía falta una música muy difícil de componer, íntimamente ligada al movimiento de los actores, que es muy irregular, lo cual hace que el compositor se vuelva loco. Esto es un logro de Gregory, se lo agradeceré toda la vida.
¿A quién más agradece?
A Alexandra Henao. Yo andaba deprimido, porque yo ando deprimido toda la vida, yo soy así. Ella vino a mi casa y me dijo: “¿Tú no tienes un guión?” Le dije que sí, se lo mostré y me dijo: “O tú haces esta película o yo te mato”. Ese fue el inicio, hice esta película porque Alexandra me motivó con una amenaza de muerte. Y la seguí, porque ella iba lograr una fotografía frontal que es dificilísima, además de crear todas las atmósferas de cambios del día y de estados de ánimo. Fue un trabajón para ella y también para Paolo Collarino.
Planos balanceados, frontalidad, profundidad e historias que se sostienen con reparto de primerísimos. Lo han llamado Wes Anderson, ¿cómo se siente con eso?
Yo lo que hice fue trabajar en el cuadro, porque lo que sucede en el cuadro es lo comprensible, pero hay otro discurso que va en segundo plano que es más profundo y es el que más llega, que es la composición. No es evidente, pero dice cosas que el espectador entiende. Tenía una intención muy clara y precisa en cada toma. Maltraté horrores a los maravillosos actores, porque acostumbrados a tener más soltura, los obligué a andar un sendero para que ellos dijeran lo que yo quería.
Con estas historias de la cotidianidad, de la vida íntima y anónima, pienso también en Memorias del gesto de Andrés Agustí, Historias mínimas de Parque Central de Luis Alberto Lamata, Bloques de Carlos Caridad y Alfredo Hueck, incluso en dos películas en post producción de la nueva generación de cineastas: El país imaginario… y Vernos juntos de Fabricio Contreras… ¿Estas historias son la nueva apuesta del cine venezolano?
No lo sé, pero agradecería mucho que fuese así, porque quizás estamos siendo más inquisitivos y delicados en las maneras de vernos a nosotros mismos. Creo que es bueno, nos hace falta esa mirada en profundidad y hablar de quiénes somos, de manera sencilla, intimista y universal, de nuestra identidad, de no aceptar en quiénes somos, de nuestro complejo, vergüenza y miedo.
¿Estas historias no serían un riesgo de desarrollar eso que usted llama el “síndrome del apartamento de Los Palos Grandes”?
¿Cómo sabe eso? ¡Eso se lo digo con toda maldad a mis alumnos! ¡La asociación de vecinos de Los Palos Grandes me va a declarar persona non grata!… Como muchos de mis estudiantes son clase media del este de Caracas, les digo que mirarse el ombligo no es bueno, que una cosa intimista es mirarle el ombligo al otro mientras se miran el suyo para que lo cuenten, porque eso es valiosísimo.
En el 2016, usted dijo que “el cine venezolano nunca estuvo en su mejor momento”, ¿todavía lo cree así?
Nuestro país tiene un desorden tan primigenio parecido a una hecatombe ¡que quién no hace una película! Usted mira para un lado y ya la tiene. De verdad, quien tenga carencia de inspiración que venga para acá. Es imposible que aquí no le pase algo o se entere de algo que merezca ser contado.
Pero hacer cine es costoso. En hiperinflación y pérdida del valor del bolívar mucho más…
Es verdad, implica mucho dinero, pero cuando yo hice la película Swing con son, la hice con una cámara Canon cuya definición de imagen es la cuarta parte de la cámara de mi celular. Hay cierto tipo de cine que todavía se puede hacer y más que nunca, y es imperdonable que usted no haga una película sencilla si tiene ganas de hacer cine. El que no haga una película es porque no le da la gana. Lo sigo pensando: Venezuela está en su mejor momento con todo lo que estamos pasando.
Fuente www.cinco8.com
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